Salud y trabajo van unidos y se influyen mutuamente.
La Organización Internacional del Trabajo señala que una dieta balanceada es tan importante como la prevención contra sustancias químicas nocivas o contra otros factores de riesgo laboral.

 

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Una mala alimentación conlleva a la disminución del rendimiento laboral, y al incremento de la presencia de accidentes, del ausentismo y el encarecimiento de los gastos de atención médica.

Los beneficios de una adecuada alimentación se pueden ver reflejados en la salud física y mental de todos  los sujetos en su vida personal. En la vida laboral, los hábitos alimentarios también tienen un fuerte impacto, influyendo en una mejor productividad  y eficiencia y redundando, a la vez, en un ostensible beneficio para el empleador.

Hoy en día, se ven cada vez más empresas que ofrecen a sus empleados frutas a demanda y heladeras con colaciones saludables, tales como yogures descremados, barras de semillas y un espacio de pausa activa con profesores de educación física que logran bajar tensiones, mover las articulaciones y enseñar a respirar de manera consciente. El objetivo es propiciar una vuelta al puesto de trabajo, con más vitalidad e ímpetu para realizar las tareas.

Una alimentación monótona, repetitiva o en la que faltan alimentos indispensables para nuestro cuerpo, puede dar lugar a la aparición de determinados síntomas tanto físicos (cansancio excesivo, falta de reflejos) como psíquicos (síndrome de burnout, falta de interés general, irritabilidad). Estas situaciones pueden remediarse, diseñando un adecuado esquema de alimentación en la empresa.

Estos síntomas, también pueden corroborarse en personas deshidratadas o que sólo consumen agua exclusivamente en el momento que se les presenta la sed, resignando la ingesta periódica de líquido.

Para evitar esta situación, es recomendable la disposición de dispensers de agua en la zona donde se desarrollan las tareas laborales, o permitir a los empleados la portación de sus propios recipientes o botellas de agua, facilitando el consumo a mano.

A veces, no nos damos cuenta de que no sólo el estrés, los problemas personales o la falta de sueño, influyen sobre nuestro bienestar. También sería pertinente preguntarnos si estamos manteniendo una dieta saludable, equilibrada y adecuada a nuestras actividades laborales.

Las opciones más recomendables para comer en el trabajo se basan en un desayuno con frutas, cereales y algún lácteo; una colación de media mañana con alguna fruta chica o yogur descremado; una ensalada completa en el almuerzo con carne blanca o huevo , vegetales variados y legumbres; otra colación opcional, que puede incluir una barrita de chocolate semiamargo o barra de semillas con alguna infusión ; una merienda igual que el desayuno y una cena liviana con algún postre de fruta o postre de leche light.  Cabe destacar que siempre es recomendable acompañar todas estas ingestas de líquidos sin azúcar, especialmente agua, tés relajantes y aguas saborizadas light.

Es importante aclarar que cada sujeto tiene necesidades y requerimientos calóricos diarios distintos a otros, en función de su contextura y desgaste energético por ejemplo, y que por este motivo, el menú puede variar de persona en persona. En todo caso, siempre es recomendable consultar a un profesional  del área para crear un menú a la medida de cada uno.

Capítulo aparte, merece el tema de la “socialización”. Compartir de modo amigable el horario de almuerzo con los compañeros de trabajo durante la pausa, reunirse en torno a una mesa y no comer mirando el monitor, por ejemplo,  es esencial para facilitar una alimentación más consciente. Por otra parte, la implementación de este hábito, generará una disminución en la cantidad de alimento ingerido para alcanzar la sensación de saciedad, y el hecho de espaciar más los bocados, permite saborearlos y disfrutarlos mucho más. De esta manera estaremos listos para volver a trabajar productivamente y cuidar nuestra salud al mismo tiempo.

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